Recuerdo ese día con una mezcla de nervios, curiosidad y un poco de culpa. No era la primera vez que escuchaba sobre Estética Masculina Cassandra, pero sí era la primera vez que me animaba a ir. Un amigo me la había mencionado semanas antes, y aunque al principio dudé, la idea de salir de la rutina terminó por convencerme.
El lugar estaba en una calle discreta, con una fachada elegante pero sin demasiados adornos. Al entrar, me recibió un suave aroma a sándalo y una música ambiental relajante. Una joven con voz dulce me saludó en la recepción. “¿Primera vez?”, me preguntó con una sonrisa. Solo pude asentir. Me pidió que eligiera un servicio del catálogo, y ahí fue donde vi su foto.
Ella se llamaba Camila. Cabello castaño claro, piel tersa, ojos grandes y una mirada cálida que parecía hablar. El texto describía su trato como "cariñoso y dedicado", y eso fue lo que me atrapó. Pocas veces uno busca solo lo físico; a veces, lo que de verdad hace falta es que alguien te trate con cariño.
Me hicieron pasar a una habitación tenuemente iluminada. Camila entró pocos minutos después, usando un conjunto sencillo pero provocador. Me saludó con un beso en la mejilla, suave, cálido, como si me conociera de antes. Su voz era tranquila, como si no tuviera prisa, y eso me ayudó a soltar la tensión que llevaba encima.
Comenzó con un masaje relajante. Sus manos se deslizaban por mi espalda con maestría, combinando presión y ternura. No dijo mucho al principio, pero su forma de tocar hablaba por sí sola. Cuidaba cada gesto, cada roce, como si supiera exactamente qué necesitaba. Sentí que el tiempo se detenía.
Cuando me pidió que me diera la vuelta, sus ojos se encontraron con los míos. “Aquí estás seguro”, me dijo con una voz apenas más baja. Su cercanía era envolvente. No hubo prisas, ni brusquedad. Solo una conexión que fue creciendo, lenta pero firme.
La forma en que me tocaba, con ese equilibrio entre deseo y ternura, me hizo sentir deseado, pero también cuidado. No fue solo físico. Fue como si por un momento me permitieran bajar la guardia, dejar de fingir fortaleza. Me miraba como si realmente estuviera viendo algo más que un cuerpo.
No podría decir cuánto tiempo pasó, pero cuando todo terminó, me quedé recostado unos minutos más. Camila se acostó a mi lado, sin hablar, solo acariciando mi pecho con la yema de los dedos. Fue un silencio distinto: cómodo, sin presión.
Antes de irme, me dio otro beso, esta vez en el cuello, como una despedida suave. “Cuando quieras volver, aquí estaré”, dijo sonriendo.
Salí de Estética Masculina Cassandra sintiendo que había vivido algo más que un encuentro íntimo. Fue algo humano, honesto, donde el deseo no se peleaba con la ternura.
Desde entonces, supe que no todo lo sensual tenía que ser fugaz o frío. A veces, una caricia cálida puede decir más que mil palabras.