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Noche de pasión y lujuria en Caudillos Bar – Mi relato erótico que jamás olvidaré

Noche de pasión y lujuria en Caudillos Bar – Mi relato erótico que jamás olvidaré

Todo comenzó como una noche cualquiera. Un par de amigas, risas ligeras, el deseo de desconectarnos un poco de la rutina. Caudillos Bar siempre nos había parecido un lugar con buena música y ambiente relajado… pero esa noche, el aire parecía distinto. Más denso. Más cargado.

Entré con un vestido negro ajustado, corto, sin ser vulgar, pero lo suficientemente atrevido como para sentir todas las miradas recorriéndome. La mezcla de luces ámbar, humo leve y cuerpos moviéndose al ritmo de reggaetón lento me encendía por dentro. Había algo en el ambiente… y lo sentí apenas crucé la puerta.

Pedí un gin tonic en la barra. Mi dedo giraba el hielo distraídamente cuando lo vi.

Alto, moreno, con esa barba perfectamente desordenada que solo hace más deseable a ciertos hombres. Apoyado contra una columna, me miraba como si ya supiera todo lo que iba a pasar. Lo sentí. Esa conexión animal, directa, sin palabras. Me sostuve la mirada, le sonreí sutilmente y seguí bebiendo. Jugué el papel. A él le gustó. Se acercó.

Su voz era grave, como un susurro cargado de intenciones:

—¿Esperas a alguien?
—A alguien que sepa exactamente qué hacer conmigo —respondí, sin pestañear.

Se sonrió, mordiéndose apenas el labio inferior. Hablamos, sí, pero ya no recuerdo casi qué. Solo sé que cada palabra era un paso más hacia el incendio que ya se encendía dentro de mí.

Me tomó de la cintura y me llevó a la pista. Mi espalda chocaba con su pecho al ritmo de la música, mis caderas encontraban las suyas, y sus manos no se atrevían a tocarme del todo, pero me rozaban como si quisieran memorizarme. Me provocaba, y yo disfrutaba torturarlo.

Su boca se acercó a mi cuello, apenas respirando sobre mi piel. Cerré los ojos. Estaba mojada. Muy mojada. Cada roce era una descarga eléctrica entre mis piernas. No podía más.

—Vamos —le dije, con la voz rota por el deseo.

Salimos del bar casi sin despedirnos. En el auto, nuestras bocas ya se buscaban con hambre, nuestras manos exploraban cada rincón. Me senté sobre él en el asiento del copiloto, levanté mi vestido, y dejé que sus dedos se hundieran lentamente entre mis piernas, mientras yo gemía al oído y le pedía más.

Cuando llegamos al hotel, no hubo protocolo. Entramos directo a la habitación. Cerró la puerta de un portazo y me levantó en brazos. Me sentó sobre la mesa, empujando mis piernas con firmeza, y me besó como si no hubiera un segundo más que perder. Su lengua recorría mi boca, mi cuello, mi clavícula. Me desnudó con una mezcla perfecta de ansiedad y adoración. Me quitó el brasier con una sola mano y se detuvo a contemplarme como si fuera arte. Sus labios envolvieron mis pezones mientras mis uñas se clavaban en su espalda.

Caímos a la cama. Me volteó boca abajo, y sin avisar, bajó por mi espalda hasta llegar a mi trasero. Me lo acariciaba, lo besaba, me mordía. Luego su lengua me abrió lentamente… y jadeé con fuerza. Me comía con una pasión brutal, lamiendo cada rincón, jugando con sus dedos y con su boca al mismo tiempo. Grité. Me corrí en su boca mientras me sujetaba de las sábanas.

Cuando entró en mí, lo hizo sin piedad. Grande, duro, perfecto. El sonido de nuestros cuerpos chocando se mezclaba con mis gemidos sin control. Me hablaba sucio al oído, me decía cuánto le gustaba sentirme apretada, húmeda, completamente entregada.

Me cambió de posición varias veces: de espaldas, de lado, sobre él… Me hacía cabalgarlo como una diosa mientras me sujetaba de la cintura y me daba cachetadas suaves en el trasero. Era sexo crudo, delicioso, lleno de deseo, pero también lleno de conexión.

Terminamos agotados, empapados en sudor, nuestras respiraciones desacompasadas. Me besó suavemente la frente y me abrazó por la cintura. Dormí desnuda sobre su pecho, con una sonrisa imborrable.


Esa noche no fue solo sexo. Fue entrega. Fue fuego. Fue lujuria pura.
Y cada vez que paso por Caudillos Bar… mi cuerpo recuerda todo.

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