Siempre había sentido curiosidad por lo que se encontraba detrás de las puertas de una sex shop. Aunque las había visto en películas o pasando frente a algunas tiendas en la ciudad, nunca me había animado a entrar. Guadalajara, con su mezcla de tradición y modernidad, me parecía el lugar perfecto para finalmente atreverme a dar ese paso.
Todo comenzó un sábado por la tarde, cuando buscaba algo diferente que hacer. Me encontraba en la colonia Americana, una zona conocida por su ambiente alternativo y abierto. Caminando por la calle, vi un letrero discreto que decía “Boutique Erótica”. No tenía neones llamativos ni una fachada vulgar; al contrario, la entrada era moderna, sobria y elegante. Me detuve frente a la puerta unos segundos, dudando, pero finalmente decidí entrar.
Al abrir la puerta, una campanita sonó y me recibió un ambiente cálido, con música suave y luces tenues que creaban una atmósfera cómoda y sin presiones. Me sorprendió lo bien decorado que estaba el lugar: nada de lo que había imaginado. Las paredes estaban forradas con estanterías llenas de productos organizados cuidadosamente. Desde lencería sensual hasta juguetes sexuales, aceites, libros, e incluso artículos de broma para despedidas de soltera.
Una joven empleada se me acercó con una sonrisa amable. “¿Es tu primera vez aquí?”, me preguntó con total naturalidad. Asentí, un poco apenado, pero ella no mostró ningún juicio, al contrario, me dijo que no me preocupara, que estaba ahí para ayudar si tenía dudas. Esa actitud tan relajada fue clave para que me sintiera cómodo y comenzara a curiosear con más libertad.
Me llamó la atención lo variado del público. Había parejas, mujeres solas, hombres jóvenes y también personas mayores. Todos parecían moverse con la misma curiosidad que yo. Al pasar por una sección de vibradores, noté que estaban clasificados por tamaño, tipo de estimulación, e incluso por niveles de experiencia. Me sorprendió la tecnología detrás de algunos productos: modelos con control remoto, aplicaciones móviles, materiales hipoalergénicos. Claramente, era un mundo mucho más amplio y sofisticado de lo que imaginaba.
La empleada me explicó algunos productos con mucha profesionalidad. Me mostró una línea de lubricantes naturales y me habló de sus propiedades. También me enseñó una sección especial con productos para el bienestar sexual y la conexión en pareja. “Aquí no se trata solo de sexo, sino de conocerse y disfrutar con responsabilidad”, me dijo, y esa frase se me quedó grabada.
Finalmente, decidí comprar un aceite para masajes con aroma a vainilla y un libro pequeño sobre sexualidad consciente. Al pagar, la empleada me agradeció la visita y me ofreció un folleto con talleres y charlas que organizaban mensualmente sobre temas de educación sexual. Me pareció increíble que existiera ese tipo de espacios en la ciudad, abiertos, seguros y sin prejuicios.
Salí de la tienda con una sonrisa y una sensación de haber cruzado una frontera personal. Visitar esa sex shop no solo fue una experiencia nueva, sino también reveladora. Me ayudó a romper tabúes internos y a entender que la sexualidad, cuando se vive con respeto y apertura, puede ser una fuente de autoconocimiento y conexión profunda.