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Carina cuenta como explora la eyaculación femenina con un pene vibrador.

Carina cuenta como explora la eyaculación femenina con un pene vibrador.

Carina siempre había sido curiosa. No curiosa en el sentido vulgar, sino en el profundo. Leía, escuchaba podcasts, hablaba con amigas sobre lo que no se suele decir en voz alta: cómo el cuerpo guarda misterios, y cómo cada mujer tiene su propio mapa hacia el placer.

Pero había algo que se le escapaba. Había escuchado hablar de la eyaculación femenina —el llamado "squirt"— y aunque al principio pensó que era uno de esos mitos más propios del porno que de la realidad, su curiosidad empezó a crecer. Especialmente cuando una amiga cercana le dijo: “No es un mito. Es tu cuerpo diciendo que puede más de lo que creías.”

Así fue como, una tarde, Carina decidió hacer algo diferente. Se había regalado un juguete que tenía guardado desde hacía semanas: un pene vibrador curvo, de silicona suave, diseñado para estimular el punto G. Tenía forma realista, pero con una textura sutilmente aterciopelada, y una función de pulsaciones rítmicas que se activaban con un solo botón.

Se preparó para la experiencia con el respeto de quien va a un ritual personal. Cerró las cortinas, encendió una vela de jazmín, y puso música instrumental suave. No se trataba solo de “llegar”, sino de escucharse. Sentir. Conectarse con ella misma.

Acostada sobre su cama, comenzó a acariciar su piel sin apuro, despertando zonas que a veces pasaban desapercibidas. Sus muslos, su abdomen, el interior de sus brazos. El cuerpo entero era un territorio, y ella estaba dispuesta a explorarlo.

Cuando finalmente tomó el vibrador y lo encendió, sintió un pequeño escalofrío de emoción. Lo guió hacia su intimidad con paciencia, permitiendo que el cuerpo hablara antes de ir más allá. Las vibraciones eran suaves al principio, como un murmullo bajo la piel. Poco a poco, aumentó la intensidad y se enfocó en una zona que empezaba a latir con fuerza: ese punto interno, ligeramente curvado, que respondía con un cosquilleo eléctrico a cada contacto.

Sus caderas se movían por sí solas, como si el cuerpo recordara algo que la mente apenas empezaba a comprender. La respiración se hizo más corta, el calor se concentró en la pelvis, y un hormigueo le recorría los muslos.

Fue entonces cuando lo sintió. No era un orgasmo como los de siempre. Era algo más profundo, más involuntario. Una mezcla de placer y liberación. Y, sin previo aviso, una oleada de líquido la sorprendió, cálido y repentino. Abrió los ojos, entre incrédula y emocionada. Había sucedido. Su cuerpo le había hablado con un lenguaje que no conocía hasta ese momento. El lenguaje del agua.

Carina sonrió, con las mejillas encendidas. No por vergüenza, sino por triunfo. No importaba cuánto se hablara o se debatiera sobre si eso era real o no. Para ella, lo era. Y era suyo.

Esa noche durmió profundamente, con la certeza de haber cruzado una puerta que llevaba tiempo esperando ser abierta. No se trataba solo de placer. Se trataba de libertad, de conocimiento, de la belleza de descubrir lo que siempre estuvo ahí.

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