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Descubrí como estimular la próstata con mi novia y no puedo dejar de meterme el dedo.

Descubrí como estimular la próstata con mi novia y no puedo dejar de meterme el dedo.

Siempre había escuchado hablar del punto P, ese misterioso centro de placer masculino oculto dentro del cuerpo. Algunos lo llamaban “el punto G del hombre”, otros simplemente lo evitaban por tabú o desinformación. Yo, sinceramente, nunca lo había considerado. No por prejuicio, sino porque nunca imaginé que algo así pudiera darme tanto… hasta que mi novia me lo propuso.

Una noche cualquiera, después del sexo, mientras estábamos acurrucados y sudando entre las sábanas, ella me lo soltó con naturalidad:

—¿Alguna vez pensaste en que podríamos explorar tu próstata?

La miré con sorpresa. No me lo esperaba, pero su tono era suave, sin juicio, solo pura curiosidad. Algo en su voz encendió una chispa. Asentí, algo nervioso, pero intrigado. Me gustaba su forma de tocarme, de leer mi cuerpo, y sabía que estaba en buenas manos.

A la noche siguiente, nos preparamos con calma. Ella había investigado, comprado un lubricante a base de agua, guantes y me guió con dulzura, sin apuro. Me tumbé boca arriba con las piernas ligeramente abiertas, un poco tenso, hasta que sentí su aliento sobre mi vientre, sus besos suaves bajando hasta mis muslos, y luego, sus dedos acariciando la entrada de mi cuerpo con una ternura que me hizo estremecer.

Fue lento. Paciente. Primero un dedo, solo la yema, jugando en círculos, aplicando más lubricante, dejándome respirar. Sentí una mezcla de nervios y excitación que no había sentido nunca. Luego lo introdujo un poco más… y ahí sucedió.

Un toque, como un chispazo. No era dolor, ni siquiera presión: era placer. Diferente. Profundo. Casi eléctrico. Me arqueé sin querer, gemí bajo, y supe que habíamos llegado a ese lugar del que todos hablaban y tan pocos entendían. Su dedo lo acariciaba con movimientos cortos, rítmicos, mientras con la otra mano me masturbaba suavemente. El resultado fue una mezcla explosiva.

No duré mucho. El orgasmo fue tan intenso, tan distinto, que me dejó temblando. No solo fue físico, fue algo que pareció surgir desde lo más profundo de mi abdomen. Un latido, una descarga, un éxtasis puro. Me corrí con fuerza, sin tocarme casi, sintiendo oleadas de placer recorrerme el cuerpo como nunca.

Desde ese día, algo cambió en mí.

No podía dejar de pensar en esa sensación. Empecé a explorar por mi cuenta, con cuidado, con lubricante, con calma. Me descubrí jadeando, estremeciéndome, llegando al orgasmo de formas que jamás imaginé. Era como haber encontrado una nueva dimensión del placer, una puerta secreta que había estado ahí todo el tiempo, esperando ser abierta.

Al principio me sentía raro contándoselo a alguien, pero con mi novia no había secretos. Se convirtió en parte de nuestro juego, de nuestra intimidad. A veces me lo hacía ella, otras veces lo hacía yo, mientras ella me miraba o me susurraba cosas sucias al oído.

Y ahora, sinceramente, no puedo dejar de hacerlo. Es adictivo, liberador. Me hace sentir más conectado con mi cuerpo, más vivo. Descubrí que el placer no tiene reglas fijas. Que cuando te liberas del miedo, todo lo demás se vuelve intensamente real.

Y yo… ya no quiero volver atrás.

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