Nunca pensé que aquel día terminaría siendo tan distinto. Me llamo Raimundo, y si te soy sincero, nunca había pisado un sex shop en mi vida. No porque me pareciera algo malo, sino porque nunca se había dado la ocasión… hasta ese viernes por la tarde.
Había salido temprano del trabajo y mientras caminaba por una calle poco habitual, un escaparate discreto me llamó la atención. No era vulgar, ni escandaloso. Al contrario. El letrero decía simplemente: "Deseos Secretos".
Sentí curiosidad. Miré hacia los lados, como si estuviera cometiendo una travesura adolescente, y entré.
El lugar me sorprendió. Luces tenues, música suave y un ambiente más elegante de lo que imaginaba. Recorrí los pasillos, observando juguetes, lencería y un sinfín de artículos que me arrancaban una sonrisa tímida.
Y fue ahí donde la vi.
Ella estaba de espaldas, revisando una estantería de aceites y velas aromáticas. Llevaba un vestido corto, sencillo, pero que insinuaba unas piernas de infarto. Su cabello caía suelto, y desprendía un aroma dulce, embriagador.
No sé qué me impulsó a acercarme, pero de pronto estábamos comentando sobre un producto que ambos mirábamos al mismo tiempo. Fue casi cómico. Ella soltó una pequeña risa, y yo me animé a bromear.
—Parece que tenemos gustos parecidos… aunque yo solo estoy aprendiendo.
Ella me miró con una chispa traviesa en los ojos.
—Siempre es buen momento para descubrir cosas nuevas —me dijo, con una voz suave que se me quedó grabada.
Su nombre era Paula.
La conversación fluyó con naturalidad. Me contó que solía visitar el lugar de vez en cuando, no solo por curiosidad, sino porque disfrutaba explorar su sensualidad sin prejuicios. Hablaba con una seguridad que me desarmaba, pero a la vez había en ella una calidez que me hacía sentir cómodo.
Terminamos recorriendo juntos el sex shop, riéndonos, compartiendo opiniones sobre cosas que —hasta ese día— jamás habría imaginado discutir con una desconocida.
Antes de salir, me miró con picardía.
—¿Sabes? —dijo— Pocas cosas son más excitantes que conocer a alguien sin máscaras… sin vergüenzas.
Me invitó a un café que quedaba cerca. Seguimos conversando largo rato. Me preguntó sobre mis fantasías, sobre lo que nunca me había atrevido a hacer. Y yo, sin saber bien cómo, le confesé algunas de ellas.
Paula no se escandalizó. Al contrario, parecía disfrutar de mi sinceridad.
Esa noche nos despedimos con un abrazo más largo de lo normal... y con la promesa de volver a vernos.
Y cumplimos esa promesa.
Lo que empezó como un encuentro casual en un sex shop, se convirtió en una serie de citas llenas de complicidad, juegos y descubrimientos. No era solo sexo lo que compartíamos —era confianza, libertad y un deseo genuino de explorar el placer sin culpa.
Hoy, cada vez que paso por esa misma calle y veo el letrero de "Deseos Secretos", sonrío.
Porque sé que aquel lugar no solo vendía juguetes o lencería…
Vendía casualidades que te cambian la vida.