Rolando había notado algo en los últimos días. La rutina diaria, el estrés, las responsabilidades… Todo eso había comenzado a apoderarse de su matrimonio con Carolina. Aunque se amaban profundamente, la chispa del deseo que una vez los había unido parecía apagada, sofocada por el desgaste del día a día. No era que no se amaran, sino que ambos sabían que el fuego necesitaba ser avivado.
Una tarde, mientras pasaba por una tienda especializada en productos de bienestar y cuidado íntimo, Rolando encontró algo que lo intrigó: unas gotas sensuales para intensificar la excitación femenina. No era la primera vez que veía algo similar, pero algo en su interior le decía que debía probarlo. Un poco de misterio, de novedad, podría ser justo lo que necesitaban.
Esa noche, después de la cena, Rolando se acercó a Carolina, que estaba sentada en el sofá leyendo un libro. La luz suave de la lámpara iluminaba su rostro, creando un ambiente relajado. A ella le encantaba leer antes de dormir, pero él había decidido cambiar un poco las reglas del juego.
—¿Sabes qué? —le dijo, acercándose con una sonrisa en los labios—. Esta noche quiero sorprenderte.
Carolina levantó la vista de su libro, curiosa. Había algo en la manera en que él la miraba que le hizo sentir un escalofrío de anticipación.
—¿De qué estás hablando? —preguntó con una sonrisa traviesa.
Rolando le mostró el pequeño frasco de gotas. Sin decir nada, le explicó con voz suave:
—Estas gotas están diseñadas para intensificar el deseo. Un toque sutil, pero potente. Quiero que confíes en mí.
Carolina lo miró un momento, evaluando, pero el brillo en sus ojos le dijo todo. Había algo en la propuesta que le excitaba, algo nuevo, algo que los sacaría de la rutina.
—¿Qué tengo que hacer? —preguntó con una ligera risa nerviosa.
—Solo relájate, déjate llevar —respondió Rolando mientras se sentaba a su lado.
Aplicó unas gotas en sus dedos y las acercó al cuello de Carolina. El líquido tenía una textura suave y un aroma delicado que la envolvió al instante. Era como si el aire mismo se volviera más denso, más cargado de energía. Carolina cerró los ojos mientras sentía cómo la caricia de Rolando recorría su piel. La suavidad de sus dedos, combinada con el toque de las gotas, encendió algo dentro de ella.
Poco a poco, su respiración se hizo más profunda. No era solo la sensación física, sino también el ambiente en el que todo parecía despojarse de las inhibiciones, como si todo en su alrededor desapareciera y solo quedaran ellos dos.
Rolando continuó aplicando las gotas en su cuello, sus hombros, y finalmente en la parte interna de sus muñecas, donde la piel se sentía más vulnerable. Cada toque era delicado, pero intenso. Carolina comenzó a sentir una calidez en su cuerpo, una oleada de deseo que la sorprendió. Los nervios de su piel se erizaron, y sus pensamientos se volvieron nublados por el deseo creciente.
—¿Te sientes bien? —preguntó Rolando, su voz ahora cargada de un tono profundo, suave, lleno de promesas.
Carolina abrió los ojos y lo miró, su rostro iluminado por la luz tenue, sus labios ligeramente entreabiertos. La chispa que había estado esperando, esa que parecía estar perdida entre las preocupaciones diarias, ahora ardía con fuerza.
—Sí… —respondió, casi susurrando—. Es como si todo fuera más intenso. Más real.
Rolando la abrazó con delicadeza, sus manos explorando su cuerpo, guiándola a un lugar donde las fantasías se volvían tangibles, donde el deseo era tan palpable como el aire que compartían. Y en ese espacio entre ellos, las palabras sobraron.
Esa noche, lo que comenzó como un simple experimento se transformó en una experiencia compartida de redescubrimiento. Los toques, las caricias, los susurros... Todo se alineó en una sinfonía de sensaciones, llevándolos a un lugar de intimidad que nunca habían imaginado. Se dieron cuenta de que el deseo siempre estuvo ahí, solo que a veces, necesitaban un pequeño empujón para hacerlo aflorar.
Y mientras se entregaban el uno al otro, sabían que, más allá de las gotas, lo que realmente había avivado la llama era la conexión que compartían, esa chispa que nunca se apaga, sino que solo espera el momento adecuado para brillar.