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Sexo en playa nudista no pude evitar mi erección…

Sexo en playa nudista no pude evitar mi erección…

Era un día soleado de verano cuando decidí ir a la playa nudista por primera vez. La idea de liberarme de todas las inhibiciones, de sentir el sol directamente sobre mi piel, me resultaba irresistible. A medida que me acercaba a la orilla, una mezcla de emoción y nerviosismo me recorría el cuerpo. Había escuchado mucho sobre estos lugares, pero nada se comparaba con la realidad.

La arena estaba caliente bajo mis pies desnudos, y el mar parecía más invitante que nunca. Alrededor de mí, los cuerpos se movían sin vergüenza, sin la barrera de la ropa que suele separarnos, y pude ver cómo la gente se despojaba de sus vestimentas, dejándolas caer en la arena con la misma facilidad con la que se quitan las preocupaciones. Todos, jóvenes, mayores, solitarios y en pareja, parecían tener algo en común: una absoluta libertad.

Decidí seguir el ejemplo, quitándome la ropa lentamente. Mientras lo hacía, sentí una sensación extraña pero liberadora, como si me estuviera quitando no solo la tela, sino también las barreras internas que siempre había llevado conmigo. Mi piel se sintió acariciada por el viento, el sol, la brisa marina. Todo mi ser se despertó de una manera diferente.

Me dirigí hacia el agua, y la frescura del mar me abrazó como una caricia, aliviando el calor que comenzaba a acumularse bajo la intensa luz del sol. Allí, rodeado de cuerpos desnudos, comencé a relajarme, disfrutando de la paz que emanaba de ese lugar, donde el deseo y la libertad parecían coexistir sin juicio.

A lo lejos, vi a una mujer caminando hacia mí. Tenía una presencia imponente, y a pesar de que su cuerpo estaba tan desnudo como el mío, su confianza y su energía me dejaron sin aliento. Tenía una mirada que no podía evitar sentir como una invitación, una promesa de algo que no sabía exactamente qué era, pero que sabía que quería explorar.

Nos acercamos lentamente, nuestras miradas se cruzaron, y fue como si el mundo alrededor desapareciera. La conversación fue ligera, casi sin esfuerzo, pero había algo en la forma en que se movía, en cómo sus palabras parecían tan cercanas, que hizo que mi cuerpo reaccionara involuntariamente. A medida que me reía de alguna de sus bromas, sentí un súbito despertar: una erección que no pude evitar, que creció con la misma intensidad con la que mi cuerpo se llenaba de una excitación inesperada.

El aire estaba cargado de algo más que solo salitre y calor. Había una tensión invisible, una atracción que parecía provenir no solo de nuestros cuerpos, sino de una conexión más profunda, más primitiva. Al principio traté de disimular mi incomodidad, pero ella lo notó. No fue necesario hablar de ello. Ella sonrió, una sonrisa tranquila, comprensiva. No había vergüenza, solo un entendimiento silencioso, como si ambos supiéramos que en ese lugar, lo natural era dejarse llevar por el momento.

Pasamos el resto de la tarde juntos, hablando, riendo, y disfrutando de la compañía mutua sin los límites impuestos por la ropa o las normas sociales. La cercanía, el sol, el sonido de las olas, y la sensación de libertad me hicieron perder la noción del tiempo.

Al final, cuando el sol comenzó a ponerse y la luz dorada bañaba el horizonte, sentí que había experimentado algo transformador. No solo por la erección que había surgido sin que pudiera controlarla, sino por la sensación de conexión genuina, sin filtros ni barreras, con alguien que, como yo, solo quería disfrutar de la belleza simple y pura de estar vivo, sin que la ropa, las expectativas o el juicio nos separaran.

La playa nudista no fue solo un lugar de encuentro físico, sino un espacio para despojarnos de las cargas mentales, de las inhibiciones, y redescubrir el placer en su forma más pura.

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