No salí de casa buscando sexo. Solo quería relajarme, sudar el estrés. Pero esa tarde en los baños de GDL terminó siendo otra cosa... algo que todavía me hace mojarme al recordarlo.
Entré sola, con una toalla corta apenas cubriéndome. El vapor me envolvió de inmediato, húmedo, caliente, como un aliento que me recorría entera. Me senté en una esquina, cerré los ojos y dejé que el calor abriera mis poros… y también mis ganas.
Entonces la vi: una mujer de curvas suaves, piel dorada, labios gruesos. Se acercó sin decir nada, solo con esa mirada que decía “te quiero saborear”. Se sentó a mi lado y su muslo tocó el mío. No me aparté. Sentí ese primer contacto como una chispa directa al clítoris.
Luego llegó él: alto, moreno, con la toalla floja, mostrando justo lo suficiente para dejarme con la boca seca. Se sentó al otro lado, y en cuestión de segundos, me sentí atrapada entre dos fuegos. Su energía me encendió. Me sentía derretida, y no solo por el calor del vapor.
Ella fue la primera en tocarme. Su mano subió por mi muslo hasta rozar la línea húmeda de mi sexo, que ya latía con anticipación. Me miró. No dije nada. Solo abrí más las piernas. Su dedo entró entre mis labios con una suavidad que me hizo gemir. Estaba tan mojada que resbalaba sin esfuerzo.
Él lo notó. Se arrodilló frente a mí, bajó la toalla, y su erección se dejó ver, gruesa y palpitante. Mientras ella me besaba el cuello y me acariciaba los pezones ya duros, él me abrió las piernas más, y sin pedir permiso, comenzó a lamerme.
Dios… su lengua era firme, decidida, sabiendo exactamente dónde lamer, dónde succionar. Me sujetó de las caderas mientras ella me mordía el lóbulo y me metía un dedo, luego dos. Yo ya no sabía a quién tocar primero. Así que los toqué a los dos.
Le acaricié el pene mientras él me comía, y con la otra mano le quité la toalla a ella, descubriendo unos senos preciosos, con pezones duros como piedra. Me incliné y los chupé como si tuviera sed.
En algún momento me recostaron en el banco de piedra. Ella se colocó sobre mi cara y yo la lamí sin pensarlo. Su sabor era dulce, su clítoris palpitaba entre mis labios. Mientras yo la comía, él me penetró con fuerza, sin aviso, llenándome completamente. Grité ahogada entre las piernas de ella.
El ritmo fue salvaje. Me follaban ambos con hambre, como si me hubieran estado esperando todo el día. Ella me cabalgaba la boca, temblando cada vez que mi lengua le tocaba justo donde más le gustaba. Él se clavaba en mí con sus caderas firmes, cada embestida más profunda que la anterior.
Los tres llegamos al orgasmo casi al mismo tiempo. Ella gemía en mi boca mientras se venía, él apretaba mis caderas gruñendo mientras se vaciaba dentro de mí. Y yo… yo me corrí como nunca, con el cuerpo temblando y el alma flotando.
Salimos del vapor sin decir una palabra. No hubo nombres. No hubo “¿nos vemos otra vez?”. Solo una sonrisa cómplice.
Pero desde ese día, cada vez que paso cerca de esos baños… siento que mi cuerpo se calienta, y mis piernas tiemblan. Porque sé lo que puede pasar tras esa nube de vapor.