No era la primera vez que visitaba Guadalajara, pero sí la primera que cruzaba la puerta del Eagle GDL Bar. Lo había visto en fotos, escuchado historias, y sentido la curiosidad quemarme por dentro. Esa noche, entre luces tenues, cuero, y miradas que hablaban más que cualquier palabra, supe que algo diferente iba a pasar.
El lugar olía a cerveza, sudor y expectativa. Caminé entre cuerpos envueltos en arneses, camisetas apretadas y miradas cargadas de intención. El DJ soltaba ritmos oscuros, perfectos para perderse en ellos. Me pedí un mezcal y me acomodé en la barra. No pasó mucho tiempo antes de que él apareciera.
Alto, barba perfectamente descuidada, camiseta negra y una sonrisa torcida que me desarmó en segundos. Se acercó sin decir nada, solo posó su vaso junto al mío y me miró. Como si ya supiera que yo iba a decir que sí.
La conversación fue mínima. Un roce en la muñeca, un susurro en el oído, y de pronto ya estábamos cruzando hacia la parte trasera del bar. Un rincón oscuro, apenas iluminado por una luz roja que hacía ver todo más sucio y más excitante.
Me empujó suavemente contra la pared, su boca encontró la mía con hambre, sus manos exploraron sin pedir permiso, como si supieran exactamente lo que estaban buscando. El sonido de la música vibraba en mi pecho, pero era su respiración lo que me dejaba sin aire.
Mi camisa quedó abierta, sus labios bajaron por mi cuello y su mano ya se deslizaba por debajo de mi pantalón. Afuera, el mundo seguía girando. Adentro, solo existía el calor de su cuerpo y el deseo que nos recorría como electricidad.
No hubo prisa, pero tampoco pausas innecesarias. Fue rápido, crudo, intenso. Como si supiéramos que esa noche no se repetiría, pero tenía que quedar grabada para siempre en la piel.
Cuando terminamos, me besó una vez más, esta vez lento, con un dejo de ternura que no esperaba. Salimos de nuevo al bullicio del bar, donde nadie parecía haberse dado cuenta de lo que acababa de pasar. O quizá sí, y simplemente no les importó. En el Eagle, todo estaba permitido.
No volví a ver a ese hombre. Ni su nombre pregunté. Pero cada vez que escucho ese beat oscuro o paso por la calle Libertad, el recuerdo regresa. Porque hay noches que no se planean, solo se viven… y nunca se olvidan.